Tan olvidado por los libros de Historia como por los gobiernos europeos, el magnicidio perpetrado por Gavrilo Princip en Sarajevo cumple este agosto su primer siglo. Y no es que el asesinato del heredero austríaco dejase una estela de luto nacional (no era muy apreciado en las altas esferas imperiales), si no que provocó, en un perfecto ejemplo de efecto dominó, el estallido de la guerra que cambiaría en Europa, primero, y en todo el mundo, después, los conceptos de diplomacia, ciencia y modo de vida. El siglo XX entró tardío, pero de sopetón.
Revisemos los hechos: Princip, miembro de la organización Mano Negra, se carga a un pez gordo de los Habsburgo austríacos. Austria-Hungría, que llevaba tiempo con ganas de meter mano a Serbia, exige dirigir una investigación en su territorio. Ante la negativa de Serbia, Austria le declara la guerra.
Aquí entra en juego el sistema de alianzas de la época de primeros de siglo: Rusia, defensora universal de la raza balcánica, declara la guerra a Austria-Hungría. Tres días después de la noticia de la movilización de las tropas rusas hacia la frontera, el flamante Imperio Alemán, colega de Austria, dirigido por un káiser megalómano con aspiraciones dignas de Alejandro Magno, declara la guerra a Rusia. En función de la Entente Cordiale, Inglaterra y Francia declaran la guerra a Alemania y Austria. El Imperio Otomano e Italia se ponen de lado de los Imperios Centrales, aunque Italia, haciendo gala de su idiosincracia, cambiaría pronto de bando. Los cañonazos estaban servidos.
La Gran Guerra fue el escenario de un cambio generacional y cultural a nivel mundial. Fue la última guerra romántica. Los pomposos y vistosos uniformes franceses, caracterizados por su pantalón rojo, pasaron a un gris triste fruto de la necesidad de no ser divisado a dos kilómetros por el enemigo. El famoso pickelhaube prusiano, el casco con pico alemán que vemos en las caricaturas antiguas, dio lugar a un modelo menos amenazador, habida cuenta de que los soldados no se podían sentar sobre él por razones obvias. El ruido de los cascos equinos durante las gloriosas cargas de caballería, otrora dignas de epopeyas, fue fácilmente silenciado por el tableteo de un nuevo arma capaz de disparar cientos de balas en un minuto: la ametralladora. En el cielo se cernía la amenaza de los bombarderos, de los que no cabía escondrijo. Los tanques hicieron sus primeros pinitos en la Historia, más como protección de soldados que como arma ofensiva. Y lo peor: los avances científicos, tan acelerados en tiempos de guerra, provocaron la aparición de armas químicas con consecuencias tan nefastas que fue necesaria una legislación internacional sobre su uso al terminar la contienda. Sin embargo, el olor del tabaco de pipa se podía contrastar con el del barro y la sangre de las trincheras; y los soldados aún enviaban, orgullosos, postales en las que aparecían altaneros, mesándose sus largas barbas o sus rizados bigotes, mediante esa nueva tecnología que llamaban fotografía.
Debido a que no existían dos bandos diferenciados como el bien y el mal, o un demonizado enemigo a vencer (como ocurrió en la segunda guerra mundial), son escasas las referencias que la civilización nos ha legado, al entender la Gran Guerra como un conflicto entre democracias y monarquías absolutas que duró mucho más de lo esperado y que no alcanzó el objetivo de acabar con todas las guerras. A pesar de ello, podemos encontrar sin dificultad la maravillosa, magnífica y, sin embargo, antibelicista Senderos de Gloria (Stanley Kubrick, 1957), donde el padre del ninfómano Michael Douglas, Kirk, interpreta uno de sus mejores papeles al dar vida a un coronel que intenta salvar del fusilamiento por cobardía a varios soldados. Imprescindible verla en blanco y negro.
El horror de la familia de los soldados del frente y su angustia ante la duda de su supervivencia es palpable en la francesa Largo domingo de noviazgo (Jean-Pierre Jeunet, 2004), con una maravillosa fotografía que nos traslada directamente a las trincheras francesas del 17 y al desértico París de entonces, donde la esperanza de una joven es puesta a prueba al conocer sin muchos detalles el fallecimiento de su novio en el frente. Merece la pena, además, contemplar la belleza de Audrey Tautou en esta cinta. Por otra parte, uno de los primeros papeles de Mel Gibson fue el de soldado australiano en Gallipoli (Peter Weir, 1981). En la línea de los papeles de este actor, intenta ser una historia estimulante y trepidante sin llegar a conseguirlo del todo. Debo reconocer que, cuando la vi, di más cabezadas que Santillana.
La industria del videojuego parece que se va abriendo hacia una época eclipsada por su predecesora del 39. No es fácil encontrar un juego centrado en la I Guerra Mundial, pero si nos esforzamos daremos con títulos tan apasionantes como Victoria II (Paradox, 2010), entretenido juego en el que dirigiremos los designios de la nación que se nos antoje desde 1836 hasta 1936, pudiendo ser espectadores de la guerra franco-prusiana o de los albores de la guerra civil. Muy recomendable.
También encontramos Verdún, un videojuego de los denominados indies al no ser desarrollado por ningún gigante del píxel. Shooter en primera persona al más puro estilo Call of Duty, pero de trinchera en trinchera. Ambientado, como su nombre indica, en la horrible batalla que se llevó por delante la vida de casi un millón de soldados, entre franceses y alemanes. Lo mejor: jugarlo es completamente gratis, al menos de momento. La saga Battlefield tiene su mod sobre la época: Battlefield 1918. No hay mucho que añadir para los que conozcan el famoso Battlefield 1942. Misma jugabilidad con un aspecto de las unidades diferente.
Para finalizar, destacar que sería encomiable que, ahora que llegamos al siglo del comienzo de tan infernal lustro, pusieramos un poco de interés de nuestra parte (nadie lo va a hacer por nosotros) en conocer una guerra que ganó en crueldad y atrocidad a la II Guerra Mundial, y mantengo la confianza en que las autoridades de los estados herederos de los beligerantes se encarguen de honrar la memoria de las casi cuarenta millones de bajas entre muertos, heridos y desaparecidos de los dos bandos.
Al fin y al cabo, no se puede repetir. Ya no quedan románticos.
Anyanka
Pues a mí Gallipoli me encantó en su día…