Pasa con algunos directores que en un momento dado de su vida deciden hacer cosas que cogen por sorpresa al gran público, se pueden ver en sus filmografías títulos de los que, al margen de ser buenos o malos, cuesta entender los motivos que en su momento les llevaron a rodarlos. Así sucede, por poner un ejemplo, con Coppola. A muchos no les gustaría Corazonada o Tetro pero muy pocos podrán entender los motivos que le llevaron a rodar una película como Jack.
Algo parecido pudieron pensar muchos cuando Campanella anunció tras su gran éxito con El secreto de sus ojos que se embarcaría en una película de animación, Futbolín.
Futbolín en un producto infinitamente más comercial que los anteriores proyectos del director, el 3D y la animación lo sitúan en el tipo de película más consumida en salas. Además, está la ventaja del doblaje, en las películas de animación se hace en casi todos los países y esos te abre de par en par las taquillas de medio mundo. Esa ventaja de producción ha llevado a los creadores de Metegol al absurdo de doblar la película incluso al castellano de España, y así se ha estrenado en el Festival de Cine de San Sebastián. Si el doblaje es un mal necesario, en este caso se convierte en un mal a secas. Ver una película de Campanella doblada es como ver el gol de Maradona a Inglaterra sin los comentarios del simpático argentino que lo narró, sus películas son tan argentinas como españolas las de Almodóvar y cuesta de sobremanera imaginárselas en otra versión. No puedo si no dar gracias porque esa ocurrencia no se diese con El Hijo de la Novia, sustituir las voces de actores como Darín o Alterio por otras más castizas le haría un flaco favor al filme. Metegol no es argentina, no es de ningún lugar, podría suceder en cualquier sitio, tan así es que desde el doblaje se permiten usar voces tan conocidas como la de Arturo Valls o Matías Prats, incluso modificar líneas de diálogo para meter fenómenos youtube como el “hola, que ase”, buscado “españolizarlas”.
Pese al doblaje, se puede apreciar que el filme es de Campanella: Los personajes tienen encanto y cierta gracia, la historia está dentro del perfil del director, es una historia de perdedores en la que hay una comunidad amenazada por un ente superior que se ve obligada a improvisar un héroe, log line que podría resumir un buen número de películas del director.
La película comienza enseñándonos todo el potencial de su 3D. El director, caracterizado hasta ahora por la continencia visual, se muestra desaforado en esta. La espectacularidad del filme, de una técnica brillante, se permite una gran cantidad de escenas imposibles. Ya en su anterior película, El secreto de sus ojos, el director realizaba una aparatosa escena en un estadio de fútbol en la que se podía apreciar una técnica asombrosa que sin embargo desencajaba con el tono sutil y sostenido del filme. Ahora ya en 3D, el director parece empeñado en descubrirnos en cada plano las posibilidades de esta nueva técnica. Lástima que entre tanta tridimensionalidad Campanella se olvide de algo básico, la historia.
A medida que la película evoluciona las esperanzas de ver algo distinto se desvanecen, es más, los lugares comunes se repiten y la historia avanza sin saber muy bien a dónde. Dicho todo esto parece que el principal problema se encuentra en el folleto, los guionistas se empeñan en meter al protagonista en una extraña y aparatosa peripecia para no se sabe muy bien qué, no sabemos si el protagonista quiere recuperar su futbolín, salvar a la chica, si es que realmente está secuestrada, que tampoco queda muy claro, o echar al malo del pueblo. Y si el objetivo del protagonista no queda precisamente claro lo del malo ya es demasiado, ¿quiere a la chica? ¿quiere ser más rico? ¿ganar al futbolín? ¿ganar al fútbol? Es complicado implicarte en una película si no entiendes qué quieren sus protagonistas, no se entienden los conflictos de los personajes por lo que la atención disminuye a medida que avanza la narración, y la desgana con el improvisado clímax final hace que el espectador pierda el interés en su resolución.
En una época en la que la animación moderna se ha caracterizado, desde la rompedora Shrek, por tumbar los viejos valores de los cuentos tradicionales, el director argentino parece tener cierto interés en despertar el antiguo paradigma. La película es bastante aleccionadora y esta vez el director no se puede resistir a dar a los más pequeños una buena moraleja final.
Son muchas cosas las que me sorprendieron a lo largo del metraje, incluida la nueva cinefilia del director, los guiños cinematográficos son variados en Futbolín, el artificio se apodera de la pantalla y el director se suelta con el metalenguaje cinematográfico, algo, por qué no decirlo, bastante de moda en la animación moderna. 2001:Odisea en el espacio, Apocalipsis Now e incluso un pequeño guiño al clásico del cine infantil Chitty Chitty Bang Bang son algunos ejemplos. Los hay inspirados, como el que abre la película, pero también gratuitos.
El resultado es una película bastante insulsa, con una narración atropellada y una técnica brillante, pero lo que más inquieta viniendo de un director tan personal como Campanella es su absoluta falta de personalidad, la sensación de estar viendo un producto estandarizado amoldado a los gustos del público infantil actual y sin la más mínima intención de distinguirse del resto. La sorpresa final no deja de ser curiosa, la canción de los créditos pertenece al polémico e inspirado grupo de reggaeton, entre otras cosas, Calle 13. Quién se iba a imaginar a Campanella y a Calle 13 participando en un proyecto que fácilmente habría podido producir la factoría Disney en su etapa más clásica y blanca.