El domingo 23 de Febrero se emitió Operación Palace, la última gamberrada de Jordi Évole. Justo cuando el mundo del periodismo empezaba a adularlo y llenarle de premios, va Évole y le da por hacer un falso documental y, como no, el gremio se siente traicionado. Y no será porque no lo venían avisando, recordaba en un especial hace no tanto que los responsables del programa eran los mismos que llamaban al telefonillo y echaban a correr en los inicios del mismo. Curiosa la evolución paradigmática de un país en el que el compromiso de informar ha quedado en parte en manos del entretenimiento.
Las reacciones ante este falso documental fueron de todos los colores: mientras unos le tachaban de villano y de atentar contra la verdad, otros le subían a los altares de la genialidad. Lástima que otros ya hubiesen hecho genialidades bastante parecidas antes. Dejemos pues a un lado, aunque sea por un momento, las reacciones al falso documental que Évole ha perpetrado e intentemos centrarnos un poco en la pieza en sí, que parece que algo tiene.
¿Qué es Operación Palace? Un falso documental, que es un género en sí mismo con cierto bagaje como tal, y sí, la intención suele ser, si no la de engañar, crear confusión o generar cierta duda que invite a la reflexión. ¿Por qué tanta agitación entonces? Porque el documental de Évole ha conseguido el objetivo fundamental: inquietar al televidente. Sin embargo, no dejo de sorprenderme por esa reacción en un contexto televisivo como el de hoy, en el cual la ficción y la realidad están cada vez más diluidas. El mockumentary televisivo está en su etapa dorada, con producciones como The Office o Life is too short de Ricky Gervais, e incluso en España con el Qué fue de Jorge Sanz de David Trueba. Por otro lado, los reallities cada vez adoptan más características propias de la ficción, con productos más cuidados que exigen cosas que van en contra de la supuesta “realidad”, como la puesta en escena o el guion, caso del polémico Quién quiere casarse con mi hijo. El espectador de hoy está muy cultivado en cuanto a lenguaje audiovisual, lejos queda ya el espectador primitivo del “es verdad porque lo dice (o lo vi en) la televisión”. Por qué tanta indignación entonces al ver una “mentira” de hora y pico en televisión.
Que Évole no pretende engañar queda claro en el momento en el que destapa la farsa, no existe una intencionalidad de manipular al espectador. Por tanto que ciertas organizaciones de periodistas muestren su postura de rechazo al especial, señalando esa anacrónica línea entre ficción, entretenimiento y realidad, me parece ridícula además de preocupantemente desconocedora de lo que es el panorama televisivo actual y el lenguaje audiovisual más en concreto. Otra cosa es la reacción lógica de enfado inmediato y en caliente del espectador al que han conseguido engañar.
Sin embargo, no se puede analizar Operación Palace sin tener en cuenta Operación Luna, el falso documental de William Karel que lanzó la televisión francesa en 2002 sobre la supuesta falsa llegada del hombre a la Luna, eso sí, emitido el día de los Santos Inocentes, como buenos franceses. Y es que precisamente la falta de originalidad es quizás el gran “pero”. Évole deja claro desde el título cual es su referente para construir la historia pero las similitudes son probablemente demasiadas. Estructuralmente es casi un calco: voz en off que orienta levemente las declaraciones de los entrevistados, encargo de la farsa a un director de cine mediático… Y algo quizás más subjetivo, pero que bajo mi punto de vista está en las dos obras, es que a medida que avanza la intención de mantener la verosimilitud se va abandonando en pro de ciertos momentos de humor. El despiste de la hoja con la cara de Kubrick en el set de rodaje de la llegada a la luna en el documental francés y el cameo de Garci en el 23-F,son claros ejemplos de ese cambio de tono.
Cierto que en el documental galo se supone que los entrevistados no son conscientes de la verdadera intención del documental mientras que en el de Évole estos son cómplices del mismo, pequeño detalle que hace más interesante el experimento francés en cuanto a la capacidad de manipulación que tiene el comunicador audiovisual. Se puede decir por tanto que Operación Palace es casi una adaptación y es interesante ver como algunas cosas funcionan en uno y en el otro no.
Évole decide crear una conspiración en la España de la Transición, algo más difícil que crear una conspiración en el EEUU de la Guerra Fría. Del mismo modo que es más fácil (o creíble para el espectador patrio) hacer verosímil un thriller policíaco yanqui que uno español. De nuevo esa fina línea entre realidad y ficción. Y es que bajo mi punto de vista el momento en el que se decide lanzar el documental es perfecto, al margen de la fecha, la época de revisión que se está haciendo ahora sobre esa etapa “idealizada” jamás se había dado en nuestro país y precisamente el 23-F es la gran hazaña a la que se aferra la maltrecha figura del Rey. La idea de que ese Golpe de Estado se planifica para legitimar la figura de este y de paso la del nuevo sistema político admitamos que no es mala como detonante argumental, y más en un momento de absoluto escepticismo hacia lo que dice o hace la clase política.
No son pocos los que consideran demasiado estrambótica la línea argumental, pero el espectador está acostumbrado a recibir noticias de lo más disparatadas en los últimos años sin que pase nada, seguro que no resultan creíbles como loglines de un falso documental los siguientes, sin embargo hoy funcionan: “la historia de un partido que gobierna en un país democrático cuyos tesoreros han estado todos imputados, y no pasa nada”; o “un presidente de un país democrático y con libertad de prensa decide comparecer a través de una pantalla de plasma y sin contestar preguntas ante el mayor escándalo de corrupción de su legislatura, y no pasa nada”. Por ello, creo que gran parte del acierto de Évole reside en saber encontrar ese tema sobre el que todavía hay tantas dudas en nuestro país y en jugar con su potencial en un momento de escepticismo generalizado.
Pero el especial de Salvados crea una ficción sin perder de vista la realidad y eso hace más verosímil el relato. Cuando nos plantea que el único que no sabía de iba aquello era Tejero es inevitable que no se le escape media sonrisa al espectador, que reconoce en ese Tejero de ficción al real, del mismo modo que cuando se explican los brotes de ego de Fraga con esa incomprensible reacción de valentía final. Todo esto, unido al planteamiento de ciertas dudas respecto a momentos que están sin aclarar y que parece que no tienen pinta de resolverse a corto plazo, hacen, bajo mi punto de vista, más proclive a caer en el engaño al espectador.
El experimento de Évole es cuanto menos un experimento divertido, interesante en una televisión como la nuestra, en la que la línea entre realidad y ficción está cada día más difusa, en un medio hiperdramatizado en donde resulta casi imposible encontrar información. Hay quien quiere ver un intento por conquistar audiencia, cosa comprensible para quien vive de la televisión generalista, pero es posible que Évole, y más al ver la reacciones, haya puesto en peligro su recientemente adquirido estatus de periodista riguroso, siendo bastante consciente de ello.
Las referencias a La Guerra de los Mundos de Welles estuvieron muy presentes tras la emisión. Sin embargo, bajo mi punto de vista Operación Palace está más vinculada a otra obra que hizo ese mismo director en 1973 y también para la televisión francesa, Fraude, un falso documental asombrosamente adelantado a su tiempo, y más si tenemos en cuenta las exageradas reacciones al de Évole, emitido 40 años después. En él Welles no solo reflexionaba en torno a la realidad y la ficción, también lo hacia en torno a la verdad, la mentira y el fraude, señalándose a él mismo y su famosa Guerra de los Mundos como otro fraude que le permitió ser quien fue, y sí, este también tiene ciertas dosis de humor. Riámonos pues de la gamberrada de Évole, y dejémos de lado esa solemnidad respecto a ciertos temas de nuestra historia reciente, y más viendo como está hoy el patio. Porque hay toda una generación, entre la que me incluyo, que no ha vivido ni la Transición ni el 23-F, y ven en este, más que un capítulo trágico de la Historia de España, algo más cercano a una película ya no de Garci, si no de Berlanga, con un personaje como Tejero que solo se explica si te dicen que ha salido de la pluma de Rafael Azcona.