Las mejores historias de amor en el cine se construyen sin besos, cursiladas y a velocidad lenta. El tiempo juega una parte importante en las buenas historias de amor. Los flechazos existen, sí, pero no son la panacea de las relaciones en el mundo real. Lo que sí es indicativo es el entendimiento, el entendimiento entre los elementos diferenciados, no importa quién seas, no hace falta que te parezcas. Las buenas historias de amor se diferencian de las que no lo son porque en ningún momento tienes la seguridad de que triunfen.

Esa es la magia, esa es la corriente que los alimenta. Es entonces cuando conocemos a Alí (Matthias Schoenaerts). Un cachas, boxeador, padre soltero, uno de esos personajes que no pegan en la típica película francesa de drama y amor independiente. Tiene en sus brazos a Sam un niño con el que no se entiende y al que no tiene nada que ofrecerle. Su hermana los acoge en el garaje de su casa y es entonces cuando somos parte de esa cuerda floja por la que camina, de ese límite con el que tontea siempre al margen de la exclusión social.

Stéphanie es la otra cara de la moneda, una domadora de orcas más o menos normal. Coinciden una noche sin más. La siguiente vez que se vuelven a ver Stéphanie es otra. Mientras suena Firework de Katy Perry, una orca asesina se lleva sus dos piernas. Es entonces cuando Cotillard pierde su dulzura y empieza la vida marginal, al borde de un abismo extraño, con la sonrisa completamente cruda.

Óxido y hueso: nuevas piernas de acero, unos puños de huesos astillados. Boxeo, sexo, y una tensión que no hace más que resolverse, aunque nada más sea por las ganas de continuar, subsistir y sobrevivir. No es una lucha continua, no es un futuro decidido, no es un proyecto común, no es nada. Una historia de amor sin amor de por medio. Sin tonterías, un corazón a óxido y hueso.

De Rouille et d’OS